Tarzan Y Los Hombres Leopardo by Edgar Rice Burroughs

Tarzan Y Los Hombres Leopardo by Edgar Rice Burroughs

autor:Edgar Rice Burroughs
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: Infantil
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


XI. LA BATALLA

Una hora después de la medianoche, saltaban silenciosamente al campamento de los Utengas, dos sombras fantasmales: Muzimo y el simio. Los guerreros dormían. Ninguno de los centinelas los había visto, hecho que no los sorprendió cuando se enteraron de quiénes eran los intrusos; los espíritus pueden pasar inadvertidos en la jungla, si ésa es su voluntad.

Orando, buen soldado, se hallaba recorriendo todos los puestos de observación, para saber las novedades; estaba despierto cuando el Muzimo se le reunió.

–¿Qué noticias me traes, Muzimo? – le preguntó el hijo de Lobongo-. ¿Qué hace el enemigo?

–Hemos estado en su pueblo, el Espíritu de Nyamwegi, Lupingu y yo -respondió el gigante.

–¿Dónde está Lupingu? – quiso saber Orando.

–Se quedó allá dando un mensaje a Gato Mgungu.

–¿Dejaste en libertad a ese traidor? – se indignó Orando.

–De poco le hubiera servido. Estaba muerto, cuando entró al pueblo de los hombres leopardos.

–En ese caso, ¿cómo podía llevar un mensaje al jefe?

–Llevó un mensaje de terror que ellos entendieron perfectamente -explicó el blanco-. Les dijo que los traidores nunca quedan impunes. Y también que el poder de Orando es grande.

–¿Qué hicieron, entonces?

–Volaron a su templo para consultar al Gran Sacerdote y al dios. Los hemos seguido hasta allá. Pero creo que poco aprendieron del sacerdote o del dios. Estaban demasiado bebidos. Claro, ledos menos el leopardo, pero ése no puede hablar mientras el Gran Sacerdote está lleno de cerveza. Venía a avisarte que el pueblo de Gato Mgungu está semidesierto; han quedado los niños, las mujeres, y unos pocos guerreros. Sería un momento propicio para asaltarlo, o para esperar emboscados el retorno de los que fueron al templo. Estos están deshechos por la orgía; los derrotarías, pues los hombres enfermos no luchan bien.

–Tienes razón -coincidió Orando, golpeando sus manos para despertar a los más cercanos de sus compañeros.

–En el templo de los hombres fieras descubrí la presencia de alguien a quien conoces muy bien -agregó maliciosamente Muzimo-. Es nada menos que sacerdote del templo.

–No conozco a ningún hombre leopardo -contestó Orando.

–Conocías a Lupingu, pero no sabías que era hombre leopardo -le recordó Muzimo-, e igualmente conoces a Sobito. Tenía puesta una máscara, pero lo reconocí. Es un hombre leopardo.

–¿Estás seguro? – preguntó el hijo de Lobongo luego de pensar un rato.

–Sí.

–¡Cuando se alejaba de Tumbai para consultar a loa espíritus y a los demonios, se iba tranquilamente a reunirse con los otros! – aclaró Orando-. Es un traidor, morirá.

–Sí, es un traidor -repitió Muzimo-. Tendría que haber muerto ya.

Muzimo guiaba poco después a los guerreros de Orando a través de la selva. Iban tan rápidamente como les permitía la oscuridad y el sendero, sinuoso y estrecho. Por fin llegaron silenciosamente hasta el río; Muzimo comprendió que los guerreros no habían vuelto aún. Los Utenga esperaron escondidos entre la maleza, mientras Muzimo se alejaba río abajo para localizar a los enemigos. A poco retorno con la noticia de que veintinueve canoas se aproximaban.

–Aunque recuerdo que eran treinta -dijo-. Ahí llegan.

Orando se acercó a los suyos para impartirles las últimas órdenes y para encarecerles que luchasen con bravura.



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